Tuesday, November 04, 2008

Se nos murió un manzano en las manos


Hace más de un año con la Juli compramos un terreno en Villa Rivera Indarte, lugar que elegimos para vivir. Estaba lleno de árboles frutales en la parte de adelante. Disfrutamos de sus manzanas, peras, ciruelas y duraznos. Las naranjas y mandarinas son muy secas o chiquititas como para decir que las disfrutamos, pero igual hicimos mermeladas.

Estamos prontos a empezar la obra de construcción de nuestra casita y la verdad es que siempre supimos que tendríamos que sacar varios de estos árboles. Pero una cosa es saberlo, y otra cosa es efectivamente hacerlo.

Empecé por un duraznito chiquito, apenas un poco más alto que una silla. Hice un pozo grande, un metro de diámetro más o menos, y fue saliendo. Después, lo llevé tranquilo al fondo donde lo esperaba un pozo recién hecho. Lo plantamos y regamos.

Y después le tocó al manzano. Este era más grande, un tronco de más o menos 20 centímetros en la base, y como 4 metros de alto. Por alguna estúpida razón siempre creí que podríamos transplantarlo. Por más estúpidas aún razones nunca hicimos todas las averiguaciones pertinentes para saber cuándo y cómo hacerlo de la mejor forma posible. Y así fue que llegamos a tener que empezar a preparar el terreno para la obra, y encontrarnos con el lindo manzano ahí.

Estúpido aún, seguía pensando que era cuestión de hacer un pozo grande para sacarlo.

Muy grande fue el pozo, tan grande como la decepción al ver que las raíces principales eran en su mayoría horizontales, y que no habría pozo capaz de sacarlas enteras. Después de varias horas de trabajo terminó saliendo, mal herido, sin raíces, desangrando savia y tierra por sus pies.
Recién entonces me di cuenta de que me había estado mintiendo.

Y con el árbol acostado sobre el piso, me senté, y acaricié su tronco ya en el suelo, y mientras le pedía perdón con una mano, lloré agarrando a la Juli con la otra. Acaricié su tronco, suave y gris. Recorrí las heridas en su piel, pasadas y curadas y miré las que acababa de provocar. No me quedó más que volver a pedirle disculpas.

Me pregunto cuantos tendrémos que plantar para olvidarme de este.

--
Que bueno, ahora después de escribir este post soy un tipo sensible, en vez del reverendo hijo de p*** que mató a tan lindo árbol.
--
Que bueno, después de la ironía sobre el lavado de culpas, ya me siento más libre
--
Que bueno, etc, etc, etc.

1 comment:

wda said...

Es una historia triste, pero tus nietos te agradecerán todos tus esfuerzos